(La Chusma, Valparaíso, 2008, 44 páginas)
Aparentemente no existen caminos
para que el arte poético sea subvertido,
pero Altamirano inventa el suyo.
Aquí no se busca la sublimación en
el verso y la tradición no aparece
por ningún lado. En vez, el enfrentamiento
de alguien que no le cree a la
poesía con la calle:
“(…)Tú, que nunca me haz deja´o
tira´o…
Con el pito en la mano…
I blablablabla…
(..)
La muerte no existe!
Los pacos son sicológicos!
Estamos mas vi´xs que nunca!
Somos como trenes antiguos…
Viajamos expulsando éstos confusos i
enigmáticos humos…
Y el fuego que regalamos al viento…”
(“Ciudah Paragua”)
Bajo una ortografía, tipografía y diseño
alterado deambulan imágenes
de una ciudad de madrugada; pequeñas
historias barriales rematadas con
el ingenio del autodenominado “antipoeta
y vagabundo”; paranoias de
volado; escupos al sistema.
Pero en ese ir y venir entre la voz y
su intimidad y la ciudad que lo pro-
voca hay algo impredecible, cada página
es una sorpresa, algo muy extraño
para la idea de obra. Altamirano
rompe cualquier etiqueta, dándole
espacio hasta a la ternura.
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