lunes, 6 de junio de 2011

Entrevista a Luis Rivano, Grado 0, núm. 1, marzo


“La influencia de los jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en San Francisco, en California”.

La literatura chilena ha sido siempre una plaza

estática, que permite la entrada a un selecto

grupo con invitación y vínculos. A veces se cuelan

autores salvajes que muestran otra cara de

la sociedad o se queman en cada línea. A Luis Rivano,

conocido como el “Paco” Rivano, esta invitación

le llegó recién el año pasado. Una transnacional

editó su narrativa completa, lo que se

suma a una edición anterior de su dramaturgia.

Hoy en cada mall se podría encontrar sus gruesos

libros. Pero caminando por ferias de libro

usado unas ediciones más baratas en su producción

cuentan otro relato. Cuentan que el “Paco”

Rivano autoeditaba sus libros desde los sesenta,

los premios que le negaron, hasta cómo vendía

cuadernillos artesanales de oficina en oficina.

Una historia que parte desde la autoedición y

finaliza en la canonización de un autor, que en

los balances del año pasado apareció repetidamente.

¿Podría describirme la sensación que tuvo cuándo

le pidieron cambiar fragmentos de “Este no el

paraíso”, su primera novela, para publicarlo en

editorial Zig-Zag, premio obtenido en un concurso

literario? Bueno, primero era muy joven, y la

gente joven es muy soberbia. En vez de pensar 5

minutos o contar hasta 8 qué era lo que estaban

pidiendo, qué era lo que se podía hacer, llegué y

dije: rotundamente no. El libro está hecho así, y

así queda. Ahora con los años y la vejez uno piensa

si fue buena decisión o no, eso después lo va a

decir mi propia historia.

¿Y usted qué piensa ahora, qué fue buena o mala?

Yo creo que fue buena, porque me obligó a tomar

primero el camino de la autoedición, si yo hacía

algo, yo tenía que hacerlo y yo tenía que financiarlo;

si tenía que financiarlo, tenía que tener la

plata necesaria; si quería tener la plata necesaria,

tenía que buscar una forma de

hacerlo, una forma de apoyarme,

y eso me llevó a tener mi librería,

editar mis propios libros. Incluso

ahora último muchas de las

obras de teatro tenía que financiarlas

yo mismo, así que en ese

contexto creo que fue una buena

decisión.

¿Y cuándo lo dieron de baja de

Carabineros por esa novela fue

sorpresivo o algo que esperaba?

Fue sorpresivo, porque realmente

el libro no lo hice ni con el ánimo

de ofender, ni de molestar: fue

un relato absolutamente realista.

Entonces cuando te enfrentas

con la realidad siempre hay cosas

que no te gustan, y por supuesto

a la jefatura del momento hubo

cosas que no le gustaron.

¿Podría contarnos de su formación

lectora? Las lecturas no me influenciaron

mucho, pero leía bastante, leía todo tipo

de papel impreso que me llegaba. Era muy

malo para estudiar, pero era muy bueno para

leer, para la ensoñación. Me gustaban mucho

los libros de historia, las biografías, todo tipo

de libros.

¿Cómo surgió el ritmo tan increíble de sus narraciones?

Lo que pasa es que parece ser una

cosa absolutamente instintiva. Las lecturas, el

cine, el teatro, todo lo que uno va viendo, lo

va bombardeando con códigos y señales que

se quedan en uno, entonces cuando uno quiere

representar algo todas esas cosas que han

quedado codificadas brotan; yo creo que es

eso: intuición y mucha lectura y mucha observación

de todo.

¿Cuál cree usted que es el papel del argot en

su obra? Yo considero que uno tiene que

ser absolutamente naturalista en la manera de

enfrentar la vida, o sea, el retrato que yo hago

ya sea en mi teatro o en mis novelas o en mis

cuentos es naturalista. La concepción es realista,

entonces es hay una mezcla entre esas dos

cosas, porque en el teatro el naturalismo puede

matar una obra, pero la puesta tiene que ser naturalista,

el lenguaje tiene que ser naturalista.

Se ha vinculado ciertos textos suyos con la literatura

homosexual. ¿Usted consideró esa relación?

No, lo que pasa es que yo cuando estoy

retratando cualquier tipo de vida, cualquier tipo

de situación, yo siempre doy un acercamiento

compasivo de las cosas, entonces en vez de enfrentar

algunas situaciones de manera violenta

o brusca, yo trato de ir viendo que es lo que hay

de compasión. Mucha gente dice lo que usted

me dice, pero no, lo que es y lo que no es no es

nomás.

¿Aprecia la influencia que ha tenido en las nuevas

generaciones su escritura? No creo que exista

eso. Alguno seguramente por choreza, o por

decir algo, pero no creo. La influencia de los

jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en

San Francisco, en California.

Pero existe

Eso se va a ver después, no creo todavía.

¿Conoce autores jóvenes? ¿le interesan? Francamente,

leo muy poco ahora. El oficio de librero

es como el herrero con cuchillo de palo,

es lo mismo. Es tal la cantidad de libros que me

llegan todos los días, por compras, remates, que

sé yo, toda cosa. Estoy hojeando libros todos

los días, siempre quedándome con uno y con

otro, con que lo voy a terminar y después me

llega otro: es un remolino. En este momento

debo tener unos ocho libros empezados en mi

escritorio.

GRADOCERO

AUTOEDICIÓN.

¿Qué recuerda de la experiencia de la autoedición

artesanal de cuentos?

Cada cosa que yo he hecho siempre empezó

como una prueba, como un ensayo. Escribí esos

cuentos en unos folletitos: la mujer del auto celeste,

el informe, la trampa, el menú de Orestes,

y después en El rucio de los cuchillos los compilé.

Fue una experiencia bien bonita porque el

arte de la edición me gustó siempre, entonces

tenía amigos que me ilustraban los cuentos y

los vendía. Eran unas cositas con ocho páginas,

con papel que se llamaba en esa época papel

imprenta, un papel muy ordinario, muy barato.

¿Cómo era la respuesta económica?

Horrible. Por lástima de repente me compraban

uno. El negocio estaba en que yo estaba

aprendiendo a escribir cuentos, aprendiendo a

distribuir, aprendiendo el trabajo de la imprenta,

ver como funcionaba una linotipia, todo,

todo era un enriquecimiento propio.

¿Por qué abandonó esa práctica? Fue todo junto.

Justo cuando apareció el boom, en las vitrinas

de las librerías sólo había espacio para los

libros que se vendían en cantidades, entonces

para qué ocupar el espacio en la vitrina con un

autor chileno autoeditado si se podía colocar

un libro de García Márquez o Carlos Fuentes

que se vendía más rápido. Entonces me di

cuenta que un autor que no tenía editorial…y

tenía que ganarme la vida, dedicarme a la librería,

y dejé de lado eso. Y lo dejé de lado hasta

que alguien me empujó al teatro, y seguí con

el teatro.

¿Qué piensa al ver los libros qué compilan su

obra? El de RIL era esperable, el teatro mío es

un teatro que se pide bastante. Por ejemplo, en

todas las escuelas de teatro, cuando se hace teatro

realista, casi siempre es una obra mía. Entonces

había una necesidad que el teatro mío

estuviera en librerías. Era más o menos lógico.

Ahora, cuando la persona encargada de Alfaguara

me dice que quería editar mi narrativa

completa, yo pensé que me estaban tomando

el pelo. Entonces después de muchas conversaciones

entregué todos los originales y empezó

a rodar el proyecto. Hasta que no vi la portada

todavía no creía que podía ser cierto.

¿Cómo ve usted el contexto editorial en relación

al que usted vivió? Usted y sus contemporáneos

se autoeditaban y vendían tiradas y tiradas.

Cambió. En las librerías, vamos a nombrar algunas:

Zamorano y Caperan, Cultura, que ya

no existe, Andrés Bello, Librería Universitaria,

un escritor autoeditado iba y le recibían

sus libros. A veces se lo compraban, otra vez

se lo dejaban a consignación, pero todos los

autores teníamos la posibilidad de entregar

nuestras cosas a los libreros. Después con la

cosa tributaria, como escritor, tenían que hacer

iniciación de actividades, tenían que tener

contabilidad, tenían que tener facturas, entonces

era muy engorroso sobre todo para los

escritores jóvenes. Todo se transformó en una

especia de despelote, entonces eso junto con

las librerías que cambiaron su visión comercial,

fue haciendo que para el autor autoeditado

fuera cada vez más difícil.

¿Continuó o continúa escribiendo prosa? Estoy

escribiendo. Estoy jugando con una novela.

LOS COMPAÑEROS.

Se le ha dado un ánimo generacional a su obra,

la de Méndez Carrasco y la de Gómez Morel,

¿siente usted esa vinculación? ¿la hubo, a nivel

personal? Por supuesto, nos conocíamos.

Yo con Armando Méndez Carrasco éramos

amigos y fuimos hasta socios en un intento

de librería que quisimos colocar en San Diego,

que no resultó porque nos dedicábamos a

conversar y a tomar café. Con Gómez Morel

también, una semana antes que muriera estuvo

en mi librería. Así Lucho Cornejo también,

todos nos conocimos, lo más importante

es que jamás rivalizamos en nada, nunca.

La crítica, después de la publicación de Alfaguara,

lo separó de los autores enunciados,

¿usted lo siente así?

Lo único que nos acercaba eran dos cosas: los

ambientes retratados y la falta de respeto con

la gramática. Nada más.

LA POLÍTICA.

En Internet, al escribir en cualquier buscador

su nombre, se lo asocia a una visión política de

derecha. ¿Usted cree que eso retrasó su reconocimiento?

Yo tengo una posición que es muy

revuelta, muy anárquica. Entonces la gente

que se maneja con imágenes anda buscando

porque lado lo etiqueta a uno. Yo podría decir

que en muchas cosas mi literatura dado el ambiente

que trata, que describe la injusticia, la injusticia

social, cualquiera podría decir que es una

persona de izquierda.

Ahora yo voto por los candidatos de derecha,

porque tengo una cosa que es muy clara, yo sé que

la igualdad no se da, y que la igualdad no la busca

nadie. Y que en los ambientes que yo retrato,

incluso en la gente que está más bajo en el escalón

socioeconómico, igual se hacen diferencias, y

el pelusón que es pelusón siempre va a encontrar

otro que es más pelusón que él, y lo va a discriminar,

es una cosa que se ve todos los días.

A mi no me cabe esa cosa de votar por mis iguales.

Eso a mí no me perturba. Por otro lado, del

punto de vista económico, si el capitalismo no es

una cosa perfecta, le da de comer mucho mejor

a la gente que una economía socialista. Hasta tal

punto que el único país inteligente que hay ahora

son los chinos, que tienen una política absolutamente

socialista y una política económica absolutamente

liberal, y cuando la gente reclama los

encierran en la plaza y matan 7 mil huevones de

un viaje. Y yo, como dramaturgo, como escritor,

me manejo con esas lógicas, a mí me dicen que

viene la Revolución Cubana porque Cuba era el

prostíbulo de Norteamérica y gritan y gritan, y

han pasado 50 años y ahora es el prostíbulo de los

españoles. A lo mejor con Batista ganaban más.

Entonces todas esas cosas ideológicas enfrentadas

con la realidad se les acaba el muro. Esa es mi

concepción, y por eso la gente dice que es facho,

que es momio. No.

Pero eso retrasó su reconocimiento

Sí, pero no me importa porque el problema es de

ellos. Imagínate, que le hace a Ezra Pound, que

le hace a Borges que no le hayan dado el Nobel

por recibir una condecoración del gobierno militar,

¿quién hizo el rídiculo? Porque siempre hay

que juzgar la obra. A mi siempre que me dicen de

política yo les digo ¿viste El rucio de los cuchillos?

¿viste Por sospecha? ¿has visto una obra mía?

Todo lo que te pueda decir está en la obra.

En la calle no se aspira a la igualdad

Es como el Rucio, un pobre gallo que viene saliendo

de la cárcel, el otro es un peliento que vive

de una mujer: un cafiche. Y el otro que dice que

te metís con esté pelusón, o sea un ordenamiento

social económico clarísimo, y se ve en la cárcel, y

tú vez un piño de presos y se hacen los grupos, la

discriminación, las peleas y los abusos, porque es

parte del ordenamiento natural. No hay nada más

terrible y nada más injusto porque es la ley de la

selva. Entonces a qué voy yo cuando escribo mis

obras, voy a cómo hacer un poquito más amable

una convivencia, que no puede ser de otra manera.

Eso es todo.

Entrevista a Luis Rivano, Grado 0, núm. 1, marzo


“La influencia de los jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en San Francisco, en California”.

La literatura chilena ha sido siempre una plaza

estática, que permite la entrada a un selecto

grupo con invitación y vínculos. A veces se cuelan

autores salvajes que muestran otra cara de

la sociedad o se queman en cada línea. A Luis Rivano,

conocido como el “Paco” Rivano, esta invitación

le llegó recién el año pasado. Una transnacional

editó su narrativa completa, lo que se

suma a una edición anterior de su dramaturgia.

Hoy en cada mall se podría encontrar sus gruesos

libros. Pero caminando por ferias de libro

usado unas ediciones más baratas en su producción

cuentan otro relato. Cuentan que el “Paco”

Rivano autoeditaba sus libros desde los sesenta,

los premios que le negaron, hasta cómo vendía

cuadernillos artesanales de oficina en oficina.

Una historia que parte desde la autoedición y

finaliza en la canonización de un autor, que en

los balances del año pasado apareció repetidamente.

¿Podría describirme la sensación que tuvo cuándo

le pidieron cambiar fragmentos de “Este no el

paraíso”, su primera novela, para publicarlo en

editorial Zig-Zag, premio obtenido en un concurso

literario? Bueno, primero era muy joven, y la

gente joven es muy soberbia. En vez de pensar 5

minutos o contar hasta 8 qué era lo que estaban

pidiendo, qué era lo que se podía hacer, llegué y

dije: rotundamente no. El libro está hecho así, y

así queda. Ahora con los años y la vejez uno piensa

si fue buena decisión o no, eso después lo va a

decir mi propia historia.

¿Y usted qué piensa ahora, qué fue buena o mala?

Yo creo que fue buena, porque me obligó a tomar

primero el camino de la autoedición, si yo hacía

algo, yo tenía que hacerlo y yo tenía que financiarlo;

si tenía que financiarlo, tenía que tener la

plata necesaria; si quería tener la plata necesaria,

tenía que buscar una forma de

hacerlo, una forma de apoyarme,

y eso me llevó a tener mi librería,

editar mis propios libros. Incluso

ahora último muchas de las

obras de teatro tenía que financiarlas

yo mismo, así que en ese

contexto creo que fue una buena

decisión.

¿Y cuándo lo dieron de baja de

Carabineros por esa novela fue

sorpresivo o algo que esperaba?

Fue sorpresivo, porque realmente

el libro no lo hice ni con el ánimo

de ofender, ni de molestar: fue

un relato absolutamente realista.

Entonces cuando te enfrentas

con la realidad siempre hay cosas

que no te gustan, y por supuesto

a la jefatura del momento hubo

cosas que no le gustaron.

¿Podría contarnos de su formación

lectora? Las lecturas no me influenciaron

mucho, pero leía bastante, leía todo tipo

de papel impreso que me llegaba. Era muy

malo para estudiar, pero era muy bueno para

leer, para la ensoñación. Me gustaban mucho

los libros de historia, las biografías, todo tipo

de libros.

¿Cómo surgió el ritmo tan increíble de sus narraciones?

Lo que pasa es que parece ser una

cosa absolutamente instintiva. Las lecturas, el

cine, el teatro, todo lo que uno va viendo, lo

va bombardeando con códigos y señales que

se quedan en uno, entonces cuando uno quiere

representar algo todas esas cosas que han

quedado codificadas brotan; yo creo que es

eso: intuición y mucha lectura y mucha observación

de todo.

¿Cuál cree usted que es el papel del argot en

su obra? Yo considero que uno tiene que

ser absolutamente naturalista en la manera de

enfrentar la vida, o sea, el retrato que yo hago

ya sea en mi teatro o en mis novelas o en mis

cuentos es naturalista. La concepción es realista,

entonces es hay una mezcla entre esas dos

cosas, porque en el teatro el naturalismo puede

matar una obra, pero la puesta tiene que ser naturalista,

el lenguaje tiene que ser naturalista.

Se ha vinculado ciertos textos suyos con la literatura

homosexual. ¿Usted consideró esa relación?

No, lo que pasa es que yo cuando estoy

retratando cualquier tipo de vida, cualquier tipo

de situación, yo siempre doy un acercamiento

compasivo de las cosas, entonces en vez de enfrentar

algunas situaciones de manera violenta

o brusca, yo trato de ir viendo que es lo que hay

de compasión. Mucha gente dice lo que usted

me dice, pero no, lo que es y lo que no es no es

nomás.

¿Aprecia la influencia que ha tenido en las nuevas

generaciones su escritura? No creo que exista

eso. Alguno seguramente por choreza, o por

decir algo, pero no creo. La influencia de los

jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en

San Francisco, en California.

Pero existe

Eso se va a ver después, no creo todavía.

¿Conoce autores jóvenes? ¿le interesan? Francamente,

leo muy poco ahora. El oficio de librero

es como el herrero con cuchillo de palo,

es lo mismo. Es tal la cantidad de libros que me

llegan todos los días, por compras, remates, que

sé yo, toda cosa. Estoy hojeando libros todos

los días, siempre quedándome con uno y con

otro, con que lo voy a terminar y después me

llega otro: es un remolino. En este momento

debo tener unos ocho libros empezados en mi

escritorio.

GRADOCERO

AUTOEDICIÓN.

¿Qué recuerda de la experiencia de la autoedición

artesanal de cuentos?

Cada cosa que yo he hecho siempre empezó

como una prueba, como un ensayo. Escribí esos

cuentos en unos folletitos: la mujer del auto celeste,

el informe, la trampa, el menú de Orestes,

y después en El rucio de los cuchillos los compilé.

Fue una experiencia bien bonita porque el

arte de la edición me gustó siempre, entonces

tenía amigos que me ilustraban los cuentos y

los vendía. Eran unas cositas con ocho páginas,

con papel que se llamaba en esa época papel

imprenta, un papel muy ordinario, muy barato.

¿Cómo era la respuesta económica?

Horrible. Por lástima de repente me compraban

uno. El negocio estaba en que yo estaba

aprendiendo a escribir cuentos, aprendiendo a

distribuir, aprendiendo el trabajo de la imprenta,

ver como funcionaba una linotipia, todo,

todo era un enriquecimiento propio.

¿Por qué abandonó esa práctica? Fue todo junto.

Justo cuando apareció el boom, en las vitrinas

de las librerías sólo había espacio para los

libros que se vendían en cantidades, entonces

para qué ocupar el espacio en la vitrina con un

autor chileno autoeditado si se podía colocar

un libro de García Márquez o Carlos Fuentes

que se vendía más rápido. Entonces me di

cuenta que un autor que no tenía editorial…y

tenía que ganarme la vida, dedicarme a la librería,

y dejé de lado eso. Y lo dejé de lado hasta

que alguien me empujó al teatro, y seguí con

el teatro.

¿Qué piensa al ver los libros qué compilan su

obra? El de RIL era esperable, el teatro mío es

un teatro que se pide bastante. Por ejemplo, en

todas las escuelas de teatro, cuando se hace teatro

realista, casi siempre es una obra mía. Entonces

había una necesidad que el teatro mío

estuviera en librerías. Era más o menos lógico.

Ahora, cuando la persona encargada de Alfaguara

me dice que quería editar mi narrativa

completa, yo pensé que me estaban tomando

el pelo. Entonces después de muchas conversaciones

entregué todos los originales y empezó

a rodar el proyecto. Hasta que no vi la portada

todavía no creía que podía ser cierto.

¿Cómo ve usted el contexto editorial en relación

al que usted vivió? Usted y sus contemporáneos

se autoeditaban y vendían tiradas y tiradas.

Cambió. En las librerías, vamos a nombrar algunas:

Zamorano y Caperan, Cultura, que ya

no existe, Andrés Bello, Librería Universitaria,

un escritor autoeditado iba y le recibían

sus libros. A veces se lo compraban, otra vez

se lo dejaban a consignación, pero todos los

autores teníamos la posibilidad de entregar

nuestras cosas a los libreros. Después con la

cosa tributaria, como escritor, tenían que hacer

iniciación de actividades, tenían que tener

contabilidad, tenían que tener facturas, entonces

era muy engorroso sobre todo para los

escritores jóvenes. Todo se transformó en una

especia de despelote, entonces eso junto con

las librerías que cambiaron su visión comercial,

fue haciendo que para el autor autoeditado

fuera cada vez más difícil.

¿Continuó o continúa escribiendo prosa? Estoy

escribiendo. Estoy jugando con una novela.

LOS COMPAÑEROS.

Se le ha dado un ánimo generacional a su obra,

la de Méndez Carrasco y la de Gómez Morel,

¿siente usted esa vinculación? ¿la hubo, a nivel

personal? Por supuesto, nos conocíamos.

Yo con Armando Méndez Carrasco éramos

amigos y fuimos hasta socios en un intento

de librería que quisimos colocar en San Diego,

que no resultó porque nos dedicábamos a

conversar y a tomar café. Con Gómez Morel

también, una semana antes que muriera estuvo

en mi librería. Así Lucho Cornejo también,

todos nos conocimos, lo más importante

es que jamás rivalizamos en nada, nunca.

La crítica, después de la publicación de Alfaguara,

lo separó de los autores enunciados,

¿usted lo siente así?

Lo único que nos acercaba eran dos cosas: los

ambientes retratados y la falta de respeto con

la gramática. Nada más.

LA POLÍTICA.

En Internet, al escribir en cualquier buscador

su nombre, se lo asocia a una visión política de

derecha. ¿Usted cree que eso retrasó su reconocimiento?

Yo tengo una posición que es muy

revuelta, muy anárquica. Entonces la gente

que se maneja con imágenes anda buscando

porque lado lo etiqueta a uno. Yo podría decir

que en muchas cosas mi literatura dado el ambiente

que trata, que describe la injusticia, la injusticia

social, cualquiera podría decir que es una

persona de izquierda.

Ahora yo voto por los candidatos de derecha,

porque tengo una cosa que es muy clara, yo sé que

la igualdad no se da, y que la igualdad no la busca

nadie. Y que en los ambientes que yo retrato,

incluso en la gente que está más bajo en el escalón

socioeconómico, igual se hacen diferencias, y

el pelusón que es pelusón siempre va a encontrar

otro que es más pelusón que él, y lo va a discriminar,

es una cosa que se ve todos los días.

A mi no me cabe esa cosa de votar por mis iguales.

Eso a mí no me perturba. Por otro lado, del

punto de vista económico, si el capitalismo no es

una cosa perfecta, le da de comer mucho mejor

a la gente que una economía socialista. Hasta tal

punto que el único país inteligente que hay ahora

son los chinos, que tienen una política absolutamente

socialista y una política económica absolutamente

liberal, y cuando la gente reclama los

encierran en la plaza y matan 7 mil huevones de

un viaje. Y yo, como dramaturgo, como escritor,

me manejo con esas lógicas, a mí me dicen que

viene la Revolución Cubana porque Cuba era el

prostíbulo de Norteamérica y gritan y gritan, y

han pasado 50 años y ahora es el prostíbulo de los

españoles. A lo mejor con Batista ganaban más.

Entonces todas esas cosas ideológicas enfrentadas

con la realidad se les acaba el muro. Esa es mi

concepción, y por eso la gente dice que es facho,

que es momio. No.

Pero eso retrasó su reconocimiento

Sí, pero no me importa porque el problema es de

ellos. Imagínate, que le hace a Ezra Pound, que

le hace a Borges que no le hayan dado el Nobel

por recibir una condecoración del gobierno militar,

¿quién hizo el rídiculo? Porque siempre hay

que juzgar la obra. A mi siempre que me dicen de

política yo les digo ¿viste El rucio de los cuchillos?

¿viste Por sospecha? ¿has visto una obra mía?

Todo lo que te pueda decir está en la obra.

En la calle no se aspira a la igualdad

Es como el Rucio, un pobre gallo que viene saliendo

de la cárcel, el otro es un peliento que vive

de una mujer: un cafiche. Y el otro que dice que

te metís con esté pelusón, o sea un ordenamiento

social económico clarísimo, y se ve en la cárcel, y

tú vez un piño de presos y se hacen los grupos, la

discriminación, las peleas y los abusos, porque es

parte del ordenamiento natural. No hay nada más

terrible y nada más injusto porque es la ley de la

selva. Entonces a qué voy yo cuando escribo mis

obras, voy a cómo hacer un poquito más amable

una convivencia, que no puede ser de otra manera.

Eso es todo.