“La influencia de los jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en San Francisco, en California”.
La literatura chilena ha sido siempre una plaza
estática, que permite la entrada a un selecto
grupo con invitación y vínculos. A veces se cuelan
autores salvajes que muestran otra cara de
la sociedad o se queman en cada línea. A Luis Rivano,
conocido como el “Paco” Rivano, esta invitación
le llegó recién el año pasado. Una transnacional
editó su narrativa completa, lo que se
suma a una edición anterior de su dramaturgia.
Hoy en cada mall se podría encontrar sus gruesos
libros. Pero caminando por ferias de libro
usado unas ediciones más baratas en su producción
cuentan otro relato. Cuentan que el “Paco”
Rivano autoeditaba sus libros desde los sesenta,
los premios que le negaron, hasta cómo vendía
cuadernillos artesanales de oficina en oficina.
Una historia que parte desde la autoedición y
finaliza en la canonización de un autor, que en
los balances del año pasado apareció repetidamente.
¿Podría describirme la sensación que tuvo cuándo
le pidieron cambiar fragmentos de “Este no el
paraíso”, su primera novela, para publicarlo en
editorial Zig-Zag, premio obtenido en un concurso
literario? Bueno, primero era muy joven, y la
gente joven es muy soberbia. En vez de pensar 5
minutos o contar hasta 8 qué era lo que estaban
pidiendo, qué era lo que se podía hacer, llegué y
dije: rotundamente no. El libro está hecho así, y
así queda. Ahora con los años y la vejez uno piensa
si fue buena decisión o no, eso después lo va a
decir mi propia historia.
¿Y usted qué piensa ahora, qué fue buena o mala?
Yo creo que fue buena, porque me obligó a tomar
primero el camino de la autoedición, si yo hacía
algo, yo tenía que hacerlo y yo tenía que financiarlo;
si tenía que financiarlo, tenía que tener la
plata necesaria; si quería tener la plata necesaria,
tenía que buscar una forma de
hacerlo, una forma de apoyarme,
y eso me llevó a tener mi librería,
editar mis propios libros. Incluso
ahora último muchas de las
obras de teatro tenía que financiarlas
yo mismo, así que en ese
contexto creo que fue una buena
decisión.
¿Y cuándo lo dieron de baja de
Carabineros por esa novela fue
sorpresivo o algo que esperaba?
Fue sorpresivo, porque realmente
el libro no lo hice ni con el ánimo
de ofender, ni de molestar: fue
un relato absolutamente realista.
Entonces cuando te enfrentas
con la realidad siempre hay cosas
que no te gustan, y por supuesto
a la jefatura del momento hubo
cosas que no le gustaron.
¿Podría contarnos de su formación
lectora? Las lecturas no me influenciaron
mucho, pero leía bastante, leía todo tipo
de papel impreso que me llegaba. Era muy
malo para estudiar, pero era muy bueno para
leer, para la ensoñación. Me gustaban mucho
los libros de historia, las biografías, todo tipo
de libros.
¿Cómo surgió el ritmo tan increíble de sus narraciones?
Lo que pasa es que parece ser una
cosa absolutamente instintiva. Las lecturas, el
cine, el teatro, todo lo que uno va viendo, lo
va bombardeando con códigos y señales que
se quedan en uno, entonces cuando uno quiere
representar algo todas esas cosas que han
quedado codificadas brotan; yo creo que es
eso: intuición y mucha lectura y mucha observación
de todo.
¿Cuál cree usted que es el papel del argot en
su obra? Yo considero que uno tiene que
ser absolutamente naturalista en la manera de
enfrentar la vida, o sea, el retrato que yo hago
ya sea en mi teatro o en mis novelas o en mis
cuentos es naturalista. La concepción es realista,
entonces es hay una mezcla entre esas dos
cosas, porque en el teatro el naturalismo puede
matar una obra, pero la puesta tiene que ser naturalista,
el lenguaje tiene que ser naturalista.
Se ha vinculado ciertos textos suyos con la literatura
homosexual. ¿Usted consideró esa relación?
No, lo que pasa es que yo cuando estoy
retratando cualquier tipo de vida, cualquier tipo
de situación, yo siempre doy un acercamiento
compasivo de las cosas, entonces en vez de enfrentar
algunas situaciones de manera violenta
o brusca, yo trato de ir viendo que es lo que hay
de compasión. Mucha gente dice lo que usted
me dice, pero no, lo que es y lo que no es no es
nomás.
¿Aprecia la influencia que ha tenido en las nuevas
generaciones su escritura? No creo que exista
eso. Alguno seguramente por choreza, o por
decir algo, pero no creo. La influencia de los
jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en
San Francisco, en California.
Pero existe
Eso se va a ver después, no creo todavía.
¿Conoce autores jóvenes? ¿le interesan? Francamente,
leo muy poco ahora. El oficio de librero
es como el herrero con cuchillo de palo,
es lo mismo. Es tal la cantidad de libros que me
llegan todos los días, por compras, remates, que
sé yo, toda cosa. Estoy hojeando libros todos
los días, siempre quedándome con uno y con
otro, con que lo voy a terminar y después me
llega otro: es un remolino. En este momento
debo tener unos ocho libros empezados en mi
escritorio.
GRADOCERO
AUTOEDICIÓN.
¿Qué recuerda de la experiencia de la autoedición
artesanal de cuentos?
Cada cosa que yo he hecho siempre empezó
como una prueba, como un ensayo. Escribí esos
cuentos en unos folletitos: la mujer del auto celeste,
el informe, la trampa, el menú de Orestes,
y después en El rucio de los cuchillos los compilé.
Fue una experiencia bien bonita porque el
arte de la edición me gustó siempre, entonces
tenía amigos que me ilustraban los cuentos y
los vendía. Eran unas cositas con ocho páginas,
con papel que se llamaba en esa época papel
imprenta, un papel muy ordinario, muy barato.
¿Cómo era la respuesta económica?
Horrible. Por lástima de repente me compraban
uno. El negocio estaba en que yo estaba
aprendiendo a escribir cuentos, aprendiendo a
distribuir, aprendiendo el trabajo de la imprenta,
ver como funcionaba una linotipia, todo,
todo era un enriquecimiento propio.
¿Por qué abandonó esa práctica? Fue todo junto.
Justo cuando apareció el boom, en las vitrinas
de las librerías sólo había espacio para los
libros que se vendían en cantidades, entonces
para qué ocupar el espacio en la vitrina con un
autor chileno autoeditado si se podía colocar
un libro de García Márquez o Carlos Fuentes
que se vendía más rápido. Entonces me di
cuenta que un autor que no tenía editorial…y
tenía que ganarme la vida, dedicarme a la librería,
y dejé de lado eso. Y lo dejé de lado hasta
que alguien me empujó al teatro, y seguí con
el teatro.
¿Qué piensa al ver los libros qué compilan su
obra? El de RIL era esperable, el teatro mío es
un teatro que se pide bastante. Por ejemplo, en
todas las escuelas de teatro, cuando se hace teatro
realista, casi siempre es una obra mía. Entonces
había una necesidad que el teatro mío
estuviera en librerías. Era más o menos lógico.
Ahora, cuando la persona encargada de Alfaguara
me dice que quería editar mi narrativa
completa, yo pensé que me estaban tomando
el pelo. Entonces después de muchas conversaciones
entregué todos los originales y empezó
a rodar el proyecto. Hasta que no vi la portada
todavía no creía que podía ser cierto.
¿Cómo ve usted el contexto editorial en relación
al que usted vivió? Usted y sus contemporáneos
se autoeditaban y vendían tiradas y tiradas.
Cambió. En las librerías, vamos a nombrar algunas:
Zamorano y Caperan, Cultura, que ya
no existe, Andrés Bello, Librería Universitaria,
un escritor autoeditado iba y le recibían
sus libros. A veces se lo compraban, otra vez
se lo dejaban a consignación, pero todos los
autores teníamos la posibilidad de entregar
nuestras cosas a los libreros. Después con la
cosa tributaria, como escritor, tenían que hacer
iniciación de actividades, tenían que tener
contabilidad, tenían que tener facturas, entonces
era muy engorroso sobre todo para los
escritores jóvenes. Todo se transformó en una
especia de despelote, entonces eso junto con
las librerías que cambiaron su visión comercial,
fue haciendo que para el autor autoeditado
fuera cada vez más difícil.
¿Continuó o continúa escribiendo prosa? Estoy
escribiendo. Estoy jugando con una novela.
LOS COMPAÑEROS.
Se le ha dado un ánimo generacional a su obra,
la de Méndez Carrasco y la de Gómez Morel,
¿siente usted esa vinculación? ¿la hubo, a nivel
personal? Por supuesto, nos conocíamos.
Yo con Armando Méndez Carrasco éramos
amigos y fuimos hasta socios en un intento
de librería que quisimos colocar en San Diego,
que no resultó porque nos dedicábamos a
conversar y a tomar café. Con Gómez Morel
también, una semana antes que muriera estuvo
en mi librería. Así Lucho Cornejo también,
todos nos conocimos, lo más importante
es que jamás rivalizamos en nada, nunca.
La crítica, después de la publicación de Alfaguara,
lo separó de los autores enunciados,
¿usted lo siente así?
Lo único que nos acercaba eran dos cosas: los
ambientes retratados y la falta de respeto con
la gramática. Nada más.
LA POLÍTICA.
En Internet, al escribir en cualquier buscador
su nombre, se lo asocia a una visión política de
derecha. ¿Usted cree que eso retrasó su reconocimiento?
Yo tengo una posición que es muy
revuelta, muy anárquica. Entonces la gente
que se maneja con imágenes anda buscando
porque lado lo etiqueta a uno. Yo podría decir
que en muchas cosas mi literatura dado el ambiente
que trata, que describe la injusticia, la injusticia
social, cualquiera podría decir que es una
persona de izquierda.
Ahora yo voto por los candidatos de derecha,
porque tengo una cosa que es muy clara, yo sé que
la igualdad no se da, y que la igualdad no la busca
nadie. Y que en los ambientes que yo retrato,
incluso en la gente que está más bajo en el escalón
socioeconómico, igual se hacen diferencias, y
el pelusón que es pelusón siempre va a encontrar
otro que es más pelusón que él, y lo va a discriminar,
es una cosa que se ve todos los días.
A mi no me cabe esa cosa de votar por mis iguales.
Eso a mí no me perturba. Por otro lado, del
punto de vista económico, si el capitalismo no es
una cosa perfecta, le da de comer mucho mejor
a la gente que una economía socialista. Hasta tal
punto que el único país inteligente que hay ahora
son los chinos, que tienen una política absolutamente
socialista y una política económica absolutamente
liberal, y cuando la gente reclama los
encierran en la plaza y matan 7 mil huevones de
un viaje. Y yo, como dramaturgo, como escritor,
me manejo con esas lógicas, a mí me dicen que
viene la Revolución Cubana porque Cuba era el
prostíbulo de Norteamérica y gritan y gritan, y
han pasado 50 años y ahora es el prostíbulo de los
españoles. A lo mejor con Batista ganaban más.
Entonces todas esas cosas ideológicas enfrentadas
con la realidad se les acaba el muro. Esa es mi
concepción, y por eso la gente dice que es facho,
que es momio. No.
Pero eso retrasó su reconocimiento
Sí, pero no me importa porque el problema es de
ellos. Imagínate, que le hace a Ezra Pound, que
le hace a Borges que no le hayan dado el Nobel
por recibir una condecoración del gobierno militar,
¿quién hizo el rídiculo? Porque siempre hay
que juzgar la obra. A mi siempre que me dicen de
política yo les digo ¿viste El rucio de los cuchillos?
¿viste Por sospecha? ¿has visto una obra mía?
Todo lo que te pueda decir está en la obra.
En la calle no se aspira a la igualdad
Es como el Rucio, un pobre gallo que viene saliendo
de la cárcel, el otro es un peliento que vive
de una mujer: un cafiche. Y el otro que dice que
te metís con esté pelusón, o sea un ordenamiento
social económico clarísimo, y se ve en la cárcel, y
tú vez un piño de presos y se hacen los grupos, la
discriminación, las peleas y los abusos, porque es
parte del ordenamiento natural. No hay nada más
terrible y nada más injusto porque es la ley de la
selva. Entonces a qué voy yo cuando escribo mis
obras, voy a cómo hacer un poquito más amable
una convivencia, que no puede ser de otra manera.
Eso es todo.